martes, 2 de diciembre de 2014

Algo más que LETRAS!

Eucario García Rivas

Cobijo

Río, líbrame con tu cuerpo.
Dime que Brígida regresa
con su carga de amores y una carta mía.
Ella se marchó de la escuela
y desde entonces sólo la han visto
en la sabana cerca de ti,
untándose el bosque en la piel.

¡Oh río!
quiero que ella escriba la más hermosa carta
y me lance un beso con letra grandota,
diga qué lee, si nada el terecay
o el andar de la tortuga del Caura.

Río, busco cobijo en la "maloca"
y en el olor del barro de tu crecida.

Corre la bora por tu cuerpo
y sólo te abrazas al horizonte
de los pescadores que dicen: ¡aijó...!
para nutrir sus tarrayas de hijos de tu vientre. 

 Garzas en la piedra

Las hojas bajaron en remolino, conversaban
La corriente no cesó ni un instante
de decirnos: "Las garzas viven ahí".

Los árboles echaban ramas en la corriente,
marchan, saludan; las blancas voladoras
surcan al viento en remolino.

Besando al cielo se ve cada una con su canción
de marzo diciéndole a Aries sus deseos.

Y no dejen de decir: "¿Aquí te amo río, río...!
para desteñir tus aguas marronadas,
darle de beber a los sedientos, danzantes
tenidos en tu vientre angosturado.

Un vigilante roza tu pluma
y tú garza, concluyes el ruido de vuelo;
escuchas las voces que salen del silencio:

El monstruo con sus siete cabezas
se hace mudo, insuficiente y torpe
sostiene el latido del río,
lanza desde la Ciudad Dorada,
se perdió un buzo
bullente en el alma de un cuerpo amado.

"Los maleconistas" configuran andares
y tardes, cuentan necedades en potes
y botellas hirientes, depredantes.

El lomo del río lanza latigazos
en las barandas de la calle.
Escuchan sonidos de una vieja llorando voces
juntos con las garzas; le acompaña la Piedra.
Una culebra habla
y desde entonces salen espantos que navegan
y en las proas de las lanchitas, unidas a las aguas,
se encaraman soledades
llenas de Angostura. 

Canciones mías...

El mismo bosque me dijo: "¡Llora!"
Y pude brindar en ese instante.

Retorciéndome abrí mi terneza,
canté una íntima canción
en un abierto mensaje dedicado a mi amada.

En una serenata lancé todas las canciones mías 
Y las que pude reunir al vuelo.
Brindar por la eternidad con besos
que salen de los besos
cuando mi amor me besa
Llegó el río, nos bañó a los dos. 

¿Sabes?, no quiero más silencios

ni me gustan. Amo las preguntas,
las que electrizan con el arpa de una mirada.

Me gustan las palabras en íntima dureza

y en lanzas con trinos de luces.

Me gustan las penas que me ilustran,

me hechizan de colores, alejan las penas
y en mi existencia rondan con arpegios, 
sin penumbras, sin desdén no lloros.

El río canta. No sé con cuántos ojos mira,

pero mira y ¡cuántos miran cuando él mira!
Los noctámbulos de lunas se crecen en él.
En las lunas del río me enamoró la lluvia 
e iba multiplicándose el lomo de las aguas.
Así me gusta la piel y el roce de mi amada.
Me gusta el vértice del amor,
el que guarda oculto en el cuarto del alma,
en la fruta tibia de la boca.


Hoy cierro mis silencios y abro mi alma.
Quiero escuchar y escudarme.
Regreso amor, debo escuchar los sueños,
la esperanza escondida,
la lluvia en la calle que nos mira a todos, 
la magia que vuelve a encontrar caminos
el árbol de mangos que llama a los niños, 
la brisa que llega con nueva cobija,
las noches desnudas con mi sangre adentro,
el rocío que lame los labios del puente, 
la miel de una boca llena de luceros,
luceros que brillan en amado pecho.

Amado río, tu cuerpo calma mis ansíos.
Es tu alma un mundo
por donde camino.  


Saborario 

Estos pechos, piedras del río
en hileras de lluvia laten
navegan en estos brazos.
¡Dios mío!
¡Oh río de nosotros!


Calma la sed tuya y mía

Río de ternura, arrullo.
Breve lindero, burbujas
llenas en alegría en un agosto
en cantos ufanos, cervezas,
alegrías de malecón y niñas de faldas.

Peces manan de tu vientre,
tienden camas y sus cuerpos
se brindan generosos.

Estos pechos de Marhuanta,
de Soledad, Rosario, Urbana,
Carolina, Rosalía, Esperanza
y Caicara beben la dulce sabia 
manada de ti río; flores de alba
lleva tu corriente en octubre.

Estos pechos acuden a la miel 
de la miel asida en cada paso
que sigue a la mar del horizonte.
Rezo en este balcón 
y me encaramo a mirada honda
en la luz de esta aurora
y digo: Dame tu agua dulce.  




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